viernes, 4 de mayo de 2007

Fibonacci

Es un número. Una secuencia que tiende a una cifra exacta e incalculable. Mágica, extraña, sin sentido, pero presente en todo lo que nos rodea. En la mano que escribe, en la galaxia que habitamos. Uno más raíz de cinco partido por dos. Uno coma seis dieciocho… El número de oro. La proporción áurea. El mundo, en toda su impresionante oscuridad reducido a un punto en una recta. La verdad y la belleza encerrada en una fracción matemática sencilla y elegante. Un chiste divino, la paradoja del caos. El Partenón de Atenas, las tarjetas de crédito, las estrellas de cinco puntas, los cuadros de Dalí, los pétalos de todas las flores, el hombre del Vitrubio, la relación entre los dedos y la muñeca, el brazo y la mano, el ombligo y la altura, las alas de las aves, las espirales del nautilus, las ramas de un árbol. Uno coma seis dieciocho. Siempre. Sin sentido, sin ser entero, ni redondo, ni complejo. La naturaleza nos enseña que hay un laberinto en todas las respuestas. Hay tantas dimensiones como puntos de vista al intentar buscarlas. El conocimiento es como el aire que hincha un globo y su superficie es lo desconocido. Cuanto más sabemos, menos sabemos. Pero al final, cuando todas las pistas se abren en abanico y vuelven a multiplicarse reventando nuestra percepción, alguna calculadora susurra: uno coma seis dieciocho. Uno coma seis dieciocho. La obra última del diseño perfecto. La eterna proporción. La ciencia se rinde ante la evidencia de una simetría presente en todo organismo vivo y en todo el diseño del universo. Y no solo eso. La belleza, esa amante extraña e indefinible lleva el número colgado al cuello. No es ciencia ni respuesta. Es subjetivo, espiritual, sin reglas. Pero ahí está sin que lo pensemos. Lo reflejamos en todas nuestras fotografías. La regla de los tercios no es más que una efectiva simplificación del misterio. Lo asumimos sin pensar en un por qué. La belleza no responde a un número. ¿O sí? Lo llevamos tan adentro que el subconsciente nos engaña buscando siempre la eterna proporción. Y cuando la encontramos, disparamos el obturador. No lo sabemos, pero lo tenemos escrito a fuego en nuestros genes. La ópera prima del diseño. La cima de la pirámide de la belleza y la verdad. La tendencia infinita del arte. El misterio es un número: Uno coma seis dieciocho.

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