martes, 11 de marzo de 2008

Aquel pececito de tres ojos



Aquel pececito de tres ojos del río de Springfield evidenciaba los temores de la sociedad al monstruo nuclear que protagonizó sin discusión la segunda mitad del siglo pasado. Y justo cuando el fantasma parecía irse para siempre, ahora regresa disfrazado de salvación del progreso. ¿La sostenibilidad es atómica, como aquel pez amarillo?

El camino hacia la sostenibilidad tiene un importante bache energético, y es que el sistema Tierra tiene sus propios flujos que a ella le bastan. El sol es su único enchufe; para qué mas. Pero el hombre lleva años buscando más enchufes, más rápidos y más “baratos” (en euros). El petróleo fue un parche, un remiendo para doscientos años que, si nos abstraemos un poco, concluimos que no fue más que aprovechar la energía que el sol dejó en forma fósil durante miles de años. Y ahora no solo queda poco y es caro, sino que sus emisiones están subiendo la fiebre al sistema Tierra. Y cuando Gaia estornuda el hombre llora.

Siendo catastrofistas tenemos tres opciones: volver al medievo (pasar con menos), volver casi al medievo (las renovables dicen que aún son caras, ineficientes y poco potentes para nuestro ya sagrado nivel de vida) o echarnos un órdago con dúplex de pitos (que no está mal, pero jugador de pitos perdedor de mus, ya sabéis) con la esperanza de que a ningún Bin Laden se le ocurra convertir una central nuclear en otro día 11.

Quemar petróleo acelera el ciclo del carbono, convirtiéndolo en insostenible y variando el clima. ¿Por qué no utilizar entonces un tipo de energía que no altere ningún ciclo natural? Como, por ejemplo, la energía nuclear. Así argumentaba James Lovelock a favor de la energía nuclear como solución a medio plazo del efecto invernadero. A muchos, que el gran gurú del ecologismo y padre de la “Hipótesis Gaia” lanzase esa bomba, hizo que se tambaleasen los mitos y las pegatinas de “nuclear no, gracias”.

La energía nuclear puede ser el antitérmico que se necesita. Aporta energía sin emitir CO2 utilizando un método al margen del que ha utilizado la Tierra. Vale, produce residuos peligrosos y de difícil neutralización, pero permitiría al hombre continuar con el mismo nivel de consumo energético sin calentar el planeta. Como excusa puede decirse que podría utilizarse hasta que las renovables se hagan mayores, de lazo entre la energía negra y la verde.

Hoy el mundo discute si incluir o no la alternativa nuclear para cumplir con Kyoto y con las generaciones futuras. Los resultados de estas últimas elecciones confirman que en España lo tenemos claro: en 2028 cerraremos la última. Pero aún quedan otros 5 comicios hasta entonces, el petróleo está hoy a 105 dólares y la gran solución, las renovables aunque ya han despegado, aún tienen camino por hacer. ¿Las podremos esperar?

martes, 26 de febrero de 2008

Los Tractores de Chelsea (o de la Moraleja)

Ayer vi un anuncio por televisión que decía: “Tengas el coche que tengas, un Porsche Cayenne es mucho mejor”.
Es una verdad como un templo. Aunque no tengas dinero para pagar el menú diario de gasolina que degusta ese monstruo, aunque no puedas aparcarlo nunca jamás, porque no cabe por ninguna calle de tu barrio, aunque tu honestidad se sienta herida al saber que estás contribuyendo como un loco al cambio climático y a la insostenibilidad de tu ciudad, aunque nunca lo lleves al campo, que no es un todoterreno… siempre puedes decir eso de “ya, pero tengo un Porsche, y es enorme”.

Y es que últimamente se ha puesto de moda comprarse un todoterreno de lujo, con reductora y tracción a las cuatro ruedas, para pasear las compras y los niños por la dura selva de asfalto. Es como un salón con ruedas, la prolongación perfecta de un Chalet en la Moraleja, pero que te lleva, te trae y te hace sentir un triunfador allá donde lo lleves.

En Londres, muy avispados, han decidido que este tipo de vehículos y otros más contaminantes paguen un peaje aún más caro por entrar en el centro de la ciudad (hasta 33 euros a partir de octubre de este año) y en un alarde de humor británico los llaman los “tractores de Chelsea” en referencia al barrio más elitista de la capital británica.

¿Para cuándo alguna iniciativa valiente en España que evidencie y palie de una vez los graves problemas de movilidad y contaminación de Madrid? (recordad que últimamente, por culpa del "aire del Sahara" (ah, claro), el Ayto. desaconseja el deporte al aire libre).

jueves, 27 de diciembre de 2007

Hipocresia Ambiental

Es curioso cómo las ideas, a veces matemáticamente construidas, pueden derrumbarse con la facilidad de retirar el último naipe del castillo. Yo soy de esos que disfrutan desmoronando castillos ajenos y que dejo desnudos los míos a la espera de un argumento bien diseñado. Durante la segunda semana de diciembre, en la Fundación Tormes se celebró un curso sobre campañas y medios de comunicación ambiental donde, entre una infinidad de ideas prácticas y lejos de huir de temas incómodos nos sumergimos en interesantes debates sobre el futuro ambiental. Es decir, sobre el futuro.

Hubo “carne de Averno” (chicha, vamos) para varios años, a diferentes niveles y temas. Hubo salidas de tiesto, razonamientos retorcidos, crédulos, críticos, aplastantes y abiertos. Siete tazas para cada uno. Y es que no hay nada mejor que un grupo heterogéneo y reducido de gente comprometida y nada ignorante para convertir un camino en el maldito nudo sur de la M-30, donde cada carril acaba en una realidad que merece ser contada.

El fondo que quiero tratar aquí se nos dio cuando rellenamos la inscripción al curso. El tema era interesante, las condiciones inmejorables, el precio casi gratuito… y la subvención corría a cargo de Iberdrola. Sí, de una de esas empresas energéticas, que ganan dinero cuando preferimos halógenos a bombillas de bajo consumo. Ésta que construye embalses en el valle de Monfragüe, la misma que proyecta centrales térmicas y nucleares, la empresa que respira euros y expira dióxido de carbono… pero que se vende orgullosa con un logo verde y dos hojas de árbol.

Para un profesional del medio ambiente, para un mercenario aventajado, el dilema no era tal. Pero muy pocos lo éramos. Nos cueste o no, el medio ambiente arrastra una importante lacra ONG, de defensa individual, de reaccionarios antisistema y se nos aprietan los nudillos con las injusticias y las incoherencias. Y no me malinterpretéis, eso me encanta. Es posible que sea cosa de la edad, eso que dicen que uno tiende a creerse invencible (o invendible) y no le gusta dar muchas vueltas a las cosas. Iberdrola malo. Térmica malo. Pajarito bueno. Pajarito exótico malo. ¿Pajarito Iberdrola… bueno?

Empezar desde el principio no siempre es bueno. No puedes morder la mano que te da de comer. No puedes exigir coherencia usando Internet en mi casa con la calefacción a tope. Y echando gasolina a la moto. Y comprando espaguetis de trigo BT. Y dejando el ordenador encendido toda la noche para bajarte “una realidad incómoda” del emule. Y sonriendo con lo bonito que ha quedado la Castellana con las luces de este año. Y encomiando que el vicepresidente del país que no firmó Kyoto ahora gane el Nóbel por su labor frente al cambio climático. Y quitando tu pegatina de “nuclear no, gracias”. Y poniendo la de eólicas sí. Y luego quitándola… vamos, lo incoherente sería no aceptar de Iberdrola una subvención para tu propia formación ambiental. Es duro, y podemos darle todas las vueltas que queráis, pero no existe coherencia ambiental. No existe.

Pero al final lo comprendes. Aprovecha lo que te ofrecen, júzgalo bajo tu prisma, respeta y actúa en consecuencia. Estábamos usando a Iberdrola para formarnos. Si Iberdrola nos estaba usando para limpiar su estigma energético era una cuestión secundaria. De allí salimos más fuertes, más profesionales y con más llaves para abrir puertas. El tiempo es un regalo y de todo se aprende. Sin embargo, y aunque me duela, puede que cuando vea ese logo verde de las hojas no pueda sentirme un poco más cerca de ellos, un poco más vendido, y con un poco más de fe que en que a lo mejor ellos, y no nosotros, tienen la solución

viernes, 4 de mayo de 2007

Fibonacci

Es un número. Una secuencia que tiende a una cifra exacta e incalculable. Mágica, extraña, sin sentido, pero presente en todo lo que nos rodea. En la mano que escribe, en la galaxia que habitamos. Uno más raíz de cinco partido por dos. Uno coma seis dieciocho… El número de oro. La proporción áurea. El mundo, en toda su impresionante oscuridad reducido a un punto en una recta. La verdad y la belleza encerrada en una fracción matemática sencilla y elegante. Un chiste divino, la paradoja del caos. El Partenón de Atenas, las tarjetas de crédito, las estrellas de cinco puntas, los cuadros de Dalí, los pétalos de todas las flores, el hombre del Vitrubio, la relación entre los dedos y la muñeca, el brazo y la mano, el ombligo y la altura, las alas de las aves, las espirales del nautilus, las ramas de un árbol. Uno coma seis dieciocho. Siempre. Sin sentido, sin ser entero, ni redondo, ni complejo. La naturaleza nos enseña que hay un laberinto en todas las respuestas. Hay tantas dimensiones como puntos de vista al intentar buscarlas. El conocimiento es como el aire que hincha un globo y su superficie es lo desconocido. Cuanto más sabemos, menos sabemos. Pero al final, cuando todas las pistas se abren en abanico y vuelven a multiplicarse reventando nuestra percepción, alguna calculadora susurra: uno coma seis dieciocho. Uno coma seis dieciocho. La obra última del diseño perfecto. La eterna proporción. La ciencia se rinde ante la evidencia de una simetría presente en todo organismo vivo y en todo el diseño del universo. Y no solo eso. La belleza, esa amante extraña e indefinible lleva el número colgado al cuello. No es ciencia ni respuesta. Es subjetivo, espiritual, sin reglas. Pero ahí está sin que lo pensemos. Lo reflejamos en todas nuestras fotografías. La regla de los tercios no es más que una efectiva simplificación del misterio. Lo asumimos sin pensar en un por qué. La belleza no responde a un número. ¿O sí? Lo llevamos tan adentro que el subconsciente nos engaña buscando siempre la eterna proporción. Y cuando la encontramos, disparamos el obturador. No lo sabemos, pero lo tenemos escrito a fuego en nuestros genes. La ópera prima del diseño. La cima de la pirámide de la belleza y la verdad. La tendencia infinita del arte. El misterio es un número: Uno coma seis dieciocho.